martes, 13 de mayo de 2014

La cultura en Puerto Plata fue más que en cualquier otro lugar del país, un estilo de vida. Hubo hombres, como Eduardo Brito, que sin saber leer y escribir, eran capaces de cantar Rigoletto, y de hacerlo excepcionalmente bien; y, luego, de autoeducarse hasta llegara sorprender en las naciones más desarrolladas y cultas. El ambiente de libertad, de circulación de personas con opiniones distintas, de trovadores, poetas, pintores, comerciantes y aventureros que fijaron allí residencia, hizo que este pueblo fuera realmente "encantado". La riqueza guarda en sus monumentos históricos, en sus casas victorianas, en sus costumbres trasnochadoras y bohemias, en sus gestas patrióticas y en el carácter de la gente, hicieron parte del milagro en menor tiempo que en cualquier otro lugar del mundo. Ayudaron tanto como pudieron hacerlo la belleza de sus playas y las inversiones realizadas. En Puerto Plata muchos de los munícipes más importantes no nacieron en el pueblo, como fueron los casos de José Dubeau y Mary Lithgow. Pero se quedaron allí toda la vida y en ese pueblo dejaron fijada su residencia eterna. Otros, trashumantes, como Colson y Brito, anduvieron por el mundo y regresaron a descansar para siempre en la tierra que les vio nacer para disfrutar, por toda una eternidad de sus encantos.

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